Relaciones de la Sra. Minstrel

Desde su más tierna edad, todo el mundo coincide en que podrían faltarle un tornillo o dos. A pesar de ser hija de una familia adinerada, siempre expresó deseos de dedicarse al arte en todas sus formas: en su juventud aprendió pintura, más tarde incursionaría en el canto, decantándose finalmente por la literatura. Podría decirse, entonces, que el mayor disfrute lo obtiene del esfuerzo creativo, para el que, sin embargo, no tiene una dedicación excepcional: es más bien distraída y olvidadiza, rasgos acaso acentuados por su edad. Siempre cortés con los extraños y especialmente afectuosa con niños, no tarda en entrar en cólera si presencia una falta de respeto. Aunque le preocupa ser cordial y mantener las  formas, dicho amor por las buenas costumbres no le parece más importante que ser, ante todo, una persona de bien. Disfruta de lo previsible y de la pulcritud, e incluso en su juventud bohemia supo mantener un taller perfectamente ordenado. Esto sin perjuicio de su excentricidad, que aflora en su modo de hablar y en los apodos que, sin malicia, genera para los que la rodean.
Su modo de relacionarse con los Pokèmon se vio influenciado por su padre, un entrenador para nada destacable. Ve a estas criaturas con cariño y hasta admiración por las proezas que pueden realizar, pero jamás diría que son iguales a los seres humanos. Por eso, es sumamente dulce con todos los Pokèmon pero firme y decidida en las competencias.
El deseo más profundo de la señora Minstrel es, con toda certeza, hacer de los Pokèmon un arte y un modo de vida (si es que pueden separarse estas dos cosas).